Mario Vargas Llosa: «No se le pueden pedir al pueblo argentino más sacrificios»

26 abril, 2018

El rito matinal de Mario Vargas Llosa es inmune a viajes y agendas abarrotadas de encuentros literarios, deportivos o políticos. Como la cita de anoche en la Bombonera o la de esta tarde con los presidentes Mauricio Macri y el chileno Sebastián Piñera , además de candidatos latinoamericanos, para celebrar los 30 años de la Fundación Libertad (FL).

Son las 10 de la mañana y el Nobel peruano, a los 82 años, se mueve por el Hotel Alvear con vitalidad y modales flemáticos: ha caminado ya una hora a buen ritmo por Recoleta junto a su hijo Álvaro y Gerardo Bongiovanni, presidente de la FL, a quien le dedicó La llamada de la tribu (Alfaguara): un canto de sirenas, homogeneizador e ilusorio, de los populismos y nacionalismos, que combate con pluma afilada. Lo presentará, en contrapunto con Jorge Lanata, en la Sala Jorge Luis Borges de la Feria del Libro, pasado mañana, a las 18. A lo largo de poco más de 40 minutos de conversación, el escritor exhibe esa misma agudeza para referirse, de modo por momentos provocador, al gobierno de Macri y al fanatismo de ciertos feminismos, a la vez que se mostrará en favor de la eutanasia y el matrimonio gay.

Alegato ensayístico y cartografía de sus desvelos, La llamada de la tribu sirve para que reafirme su prédica en favor de la libertad como valor supremo y usina de riqueza. Con intención, desnuda su autobiografía intelectual para rendirles tributo a los siete autores que lo esculpieron como liberal: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel.

Ya en el diáfano prólogo desgrana su divorcio del marxismo en los años 70. Una conversión que se precipitó cuando descubrió que Fidel Castro confinaba a disidentes, homosexuales y delincuentes «a campos de concentración encubiertos hasta, incluso, desaparecerlos». ¿La acusación? La simulación de pertenecer a la CIA. Junto a Sartre, Simone de Beauvoir, Alberto Moravia y Susan Sontag, repudió esa barbarie y recibió a cambio una invitación a La Habana para escuchar durante doce horas ininterrumpidas un panegírico del comandante sobre la ética revolucionaria. Fue tarde para impedir la ruptura. Más aún, para disolver el impedimento a su persona de pisar la isla por «tiempo indefinido e infinito».

Aunque romper con el socialismo le llevó unos años, su batalla política se perfilaba: combatir los dogmatismos y, más tarde, desagraviar la doctrina liberal de «las distorsiones de la izquierda». Hoy presta su brillo intelectual como «traductor» de esa corriente, «que más que una receta económica es una actitud ante la vida y la sociedad, fundada en la tolerancia, la justicia y el respeto; en la voluntad de coexistencia con el otro y en una defensa firme de la libertad», que afianza los valores democráticos. Ese pensamiento rector en la civilización -dice- es el que ha hecho al individuo soberano, con su independencia, sus derechos y deberes, y el que engendró el respeto por los derechos humanos.

Ser liberal hoy -argumenta, siguiendo un orden cartesiano- implica en lo económico y social ser flexible, tolerante, defensor del individualismo como única fuerza probada de progreso material y aceptar el error y la razón del adversario para enfrentar una realidad cambiante, sin sectarismos. El libre mercado no es una «panacea capaz de resolver todos los problemas», esgrime, al recordar la anuencia de Smith «ante privilegios, como subsidios y controles, cuando suprimirlos desencadenaría más males que beneficios».

Su metamorfosis liberal concluyó en Londres cuando vio en Margaret Thatcher y en Ronald Reagan el instinto liberal capaz de encarar transformaciones sin complejos de inferioridad frente al avance del socialismo. «Fueron grandes estadistas, pero conservadores al fin, ya que ninguno hubiera aceptado el matrimonio homosexual, el aborto, la legalización de las drogas o la eutanasia, reformas que sigo defendiendo como legítimas y necesarias».

-¿Por qué defiende el aborto y la legalización de las drogas?

-Salvo un puñado de verdades que defendemos a ultranza, el liberalismo permite en su seno discrepancias. Aunque me repugna el aborto, como a todas las personas que han recurrido a él, lo defiendo hasta los tres meses de la gestación. Una madre debe poder decidir si quiere serlo; ese es el primer derecho. En el caso de las drogas, la represión no soluciona el problema. Estados Unidos gasta billones de dólares en la represión y lo que ha conseguido es que el consumo aumente siempre. En gran parte es la prohibición, que en América Latina causa estragos, lo que estimula la industria. Hay que optar por otra alternativa, que es permitirlas y destinar el gasto en la represión a fuertes campañas de información, como con el tabaco, y en rehabilitación y asistencia. Si a pesar de eso hay gente madura que quiere consumirlas, igual que sucede con el cigarrillo y el alcohol, hay que respetar el derecho a la libre elección. Lo mismo con la eutanasia: una persona en estado lúcido debe tener el derecho a elegir hasta qué punto quiere seguir sufriendo en nombre de la vida. Pero el libre albedrío del hombre está siempre limitado por la legalidad.

-Una pregunta de sus detractores: ¿no cree que exaltar el liberalismo impide pensar en un modelo superador, que no solo acorte las desigualdades en sociedades históricamente abiertas, sino también que sea capaz de erradicar la pobreza, una deuda pendiente en casi tres siglos de libre mercado?

-La batalla por la erradicación de la pobreza y las inequidades la representa mucho mejor el liberalismo, con un mercado abierto, robusto y competitivo, que ninguna otra doctrina. Países como Suiza, Suecia, Singapur y otros no han aplicado políticas socialistas, ni estatistas ni colectivistas. Se valen de las políticas de mercado, que de alguna manera están controladas y limitadas, para impedir esa disparidad de ingresos que es, en última instancia, la gran amenaza a la cultura democrática. No es que no se puede pensar en un modelo superador: la democracia liberal está constantemente reformándose. La de hoy nada tiene que ver con la del siglo XVIII, porque ha admitido transformaciones constantes para enfrentar la realidad. Esa es su gran superioridad sobre las ideologías, que son las religiones laicas de nuestro tiempo.

-¿Cree que la revolución digital compite con la cultura y su gravitación en la formación humana? ¿Puede la tecnología asfixiar la literatura?

-No la ha asfixiado totalmente. Pero esa posibilidad acecha; espero que no ocurra. Si pasa, no será culpa ni de la tecnología ni de fuerzas irresistibles, sino de la elección de los hombres. Creo que debemos poder cambiar el curso de una cultura que está, creo yo, muy peligrosamente orientada a ser nada más que tecnológica. Y no es una lucha desigual para un novelista, sino para el conjunto de la sociedad. Si las pantallas derrotan la profundidad del contenido, si las imágenes terminan acabando con los libros, podemos llegar a materializar las pesadillas autoritarias de Orwell. Mi esperanza es que las imágenes y la palabra escrita, el papel y la pantalla, puedan coexistir y competir dentro de un cierto equilibrio. Y si no, a mediano o largo plazo, la libertad desaparecerá en el mundo.

-¿Cómo lo vive alguien para quien la cultura supera la noción de patria?

-Tengo una actitud inquieta, preocupada, porque no veo una reacción social, ya no en el campo de la juventud, sino de la niñez. Creo que está haciendo estragos en esta época. Hoy somos más superficiales y presenciamos cómo ciertos valores culturales desaparecen. No solo por indiferencia, sino por complacencia. Hay filósofos, como Gilles Lipovetsky, que sostienen que la circulación de la información, aunque todo se banalice, se traduce en un ideal democrático a pesar de que los niveles culturales caigan en picada. La gran revolución tecnológica está arrollando cosas que eran malas y hoy son mejores, como la libertad de expresión. Pero está acabando con las jerarquías, con cierto elitismo indispensable en el campo del conocimiento. Así se establece un horizonte común que en muchos casos ya no significa cultura, sino chismografía y vulgaridad. Esas cosas deberían ser muy inquietantes. Pero solo lo son para minorías demasiado pequeñas.

-Usted ha mostrado un gran entusiasmo por el gobierno de Mauricio Macri. ¿Está a la altura de lo que esperaba? ¿Cómo ve la Argentina?

-Sí, creo que la Argentina, desde la asunción del nuevo gobierno, ha ido recuperando prestigio y personalidad internacional, han vuelto las inversiones. Lo ideal sería que las reformas fueran más rápidas, pero digamos, claro, que no se le pueden pedir al pueblo argentino, que ya ha sufrido mucho, más sacrificios.

-Algunos podrían decirle que desde afuera se ve mejor que desde adentro.

-Sin duda, pero hay muchísimos problemas que vienen de atrás y que no ha traído este gobierno. El populismo había hecho verdaderos estragos en la Argentina. Creo que hay una actitud muy responsable en el Gobierno: están haciendo las reformas que son necesarias, aunque la situación no permita que esas reformas sean más veloces. Pero creo que ha sido una buena elección y habla muy bien del pueblo argentino que, a pesar de los sacrificios que esto le cuesta, esté apoyando al Gobierno en este período, que es el más difícil. La Argentina tiene tantos recursos que, de todas maneras, por más sacrificios que haya que hacer, este va a ser un período corto y rápido. Es un país rico, potencialmente muy rico. Y eso facilita muchísimo la recuperación.

-El nombramiento de Miguel Díaz-Canel en Cuba, como sucesor de Raúl Castro, ¿significa algo? ¿Tiene o no expectativas de posibles cambios en la isla?

-Creo que no significa nada, la estructura está allí; el ejército, que es el Partido Comunista, es el que tiene el verdadero control y poder en Cuba. Me parece que es muy difícil que una figura que es un apparatchik pueda hacer las reformas profundas que necesita Cuba para regresar a la democracia. Aunque la historia no está escrita y todo puede pasar, en principio me parece que solo hay un cambio de nombres.

-Buena parte de los pensadores que usted cita en su libro fueron protagonistas y testigos del siglo XX, que fue un siglo de totalitarismos y autoritarismos, pero también fue un siglo de salto en la medicina y en lo tecnológico. Es interesante esa paradoja.

-Sin ninguna duda. Fíjese solamente lo que es el movimiento feminista, el movimiento por la igualdad de género que ha prendido enormemente, con tanta fuerza en el mundo. Pues ¿quién promueve esas ideas como parte de los derechos humanos? Fundamentalmente, una doctrina liberal.

-Pero hace poco usted se refirió al feminismo radical como una nueva inquisición.

-No hay que buscar remedios que sean peores que la enfermedad. Eso es muy importante. Hay un cierto fanatismo en algunas organizaciones feministas que hay que combatir sin prejuicios, porque yo creo que perjudica al movimiento y a la causa feminista, que sin duda es un aspecto de la defensa de los derechos humanos, pero el sectarismo, el dogmatismo, siempre es peligroso. Y es una fuente de violencia.

La apretada agenda de un ilustre visitante

Anoche

Mario Vargas Llosa reparte su pasión futbolera entre tres amores: los clubes La U (de Lima), el Real Madrid y Boca. Por eso no quiso perderse el duelo entre Palmeiras y el club xeneize en la Bombonera, acompañado por su hijo Álvaro y ?Gerardo Bongiovanni

Hoy

A las 9, abrirá un seminario en la Legislatura porteña sobre la coyuntura política en América Latina; más tarde, participará de los festejos de la Fundación Libertad, de la que es miembro honorario, junto a los presidentes Macri y Piñera, los candidatos presidenciales liberales de Colombia, Ecuador y Uruguay, y gran parte del gabinete nacional

Mañana

A las 18, brindará una conferencia en el auditorio Astengo, de Rosario, titulada «Cultura y libertad»

Pasado mañana

A las 18, presentará con Jorge Lanata La llamada de la tribu en la Feria del Libro.

Fin de semana largo

Se trasladará en plan de descanso a Mendoza, visitará bodegas en el Valle de Uco y desde allí volará a Chile, donde continúa la gira promocional de su último libro que comenzó en la Feria del Libro de Colombia

Por: Loreley Gaffoglio y Astrid Pikielny