Algunas reflexiones y nuevas propuestas para la acción.
SÍNTESIS DE LAS PROPUESTAS
- Propender a una educación internacional, incorporando sistemáticamente en los contenidos y en la metodología de los planes de estudio, las experiencias más exitosas en escala global.
- Crear conciencia en las familias y en las aulas, de que el estudio es un “trabajo educativo” que todos los ciudadanos deben realizar con responsabilidad desde temprana edad para su propio progreso y el de la comunidad.
- Dar vida a un instrumento de auditoría de la enseñanza (Instituto Verificador de la Calidad en educación – IVCE) a través del cual:
Se pueda tender cada vez más a crear las condiciones de competencia perfecta entre los institutos educativos oficiales y privados;
Se aumente sustancialmente y ponderando el mérito profesional, la remuneración de los docentes;
Se induzca a las unidades educativas a optimizar su gestión administrativa. - Afiliarnos a la Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Escolar (IEA), organismo intergubernamental de investigación pedagógica, con sede en La Haya (Holanda).
- Fundar Bancos de Becas para la Escuela Media en todo el país, a fin de concretar una de las formas de asegurar la igualdad de oportunidades, especialmente para aquellos chicos que están demostrando empeño y capacidad.
- Instituir el “Padrinazgo de Escuelas” como una demostración palpable del interés de la empresa por la escuela y como otra forma más de reforzar la acción gubernamental (en sus tres niveles) que tienda a mejorar el estado de las escuelas especialmente en los barrios o regiones más pobres.
REPENSANDO LA EDUCACIÓN ARGENTINA
El mundo, lo estamos viendo, va cada vez más rápidamente hacia algo que induce a la esperanza y al temor. El futuro, en consecuencia, se vislumbra siempre más complejo y, frecuentemente, inquietante. Allá tendrán que vivir nuestros hijos y es allá donde tendremos que llevarlos. ¿Cómo lo haremos? Esta reflexión inicial responde a nuestra íntima convicción de que cualquier abordaje del problema de la educación tiene que buscar no sólo y no tanto un esclarecimiento intelectual, sino una movilización de las conciencias. Porque se trata de un asunto crucial para la sociedad y para el individuo, pero un individuo muy especial que es nada menos que nuestro hijo.
“¡Hay que ir a las cosas!”
Esta famosa incitación del filósofo español, vertida en 1924 en una “Carta a un joven argentino que estudia filosofía” y corroborada en una colaboración publicada en La Nación del 6 de abril de 1924 bajo el título “El deber de la nueva generación argentina”, sintetizaba la carencia mayor que Ortega y Gasset atribuía a nuestra sociedad. Más de sesenta años después vemos que esa notable radiografía que nos hiciera en 1929 en su ensayo “La Pampa…Promesas” mantiene lamentablemente su vigencia y sigue explicando esta frustrada “Gran Potencia del Sur”.
En el análisis que sigue trataremos de no caer en ese defecto. A no dudar que mientras estamos todos ocupados en resolver problemas urgentes, se hace impostergable que en la educación comiencen a funcionar nuevas instituciones y nuevos mecanismos que nos aseguren para el futuro más próximo posible la solvencia que nos reclama la solución de los problemas importantes.
I
En esa línea, parece oportuno –a fuer de redundantes- recordar por qué la educación es efectivamente tan importante y por qué sostenemos que, en los tiempos que corren, la opción más eficiente para el país y sus ciudadanos es la de una educación internacional; como también incursionar en algunos aspectos de la educación argentina, sugiriendo cosas que deberíamos hacer por iniciativa y con la participación de todos: auditoría de calidad interna y externa, bancos de becas, padrinazgos de escuelas, revitalización e incentivación de la profesión docente, competencia con la “antiescuela”, parámetros para las asignaciones presupuestarias y la remuneración de los docentes. Propuestas que, lejos obviamente de agotar las iniciativas posibles podrían por cierto provocar nuevas ideas y ulteriores aportes que contribuyan a dar impulso a la “movilización educativa” de la sociedad.
Está claro, “todos” quiere decir no solamente el estado o el Ministerio de Educación –que dicho sea de paso, en su gestión actual está comenzando a producir hechos positivos de importancia trascendente- o a los que por profesión se ocupan de educación. Sería sin duda una injusticia y una exageración parafrasear para la educación argentina el célebre dicho de Clemenceau con respecto a la guerra y los militares, pero no parece discutible que se trata de un tema decisivo envuelto en una crisis de tal envergadura, que demanda el concurso de todos: no sólo de pedagogos y expertos en política educativa, sino también de empresarios, políticos, padres, autoridades religiosas, hombres de ciencia, intelectuales, artistas, comunicadores sociales, etc.
La educación como nexo entre Cultura y Civilización.
Para Oterga, cultura “es el sistema de ideas vivas que cada tiempo posee, el repertorio de nuestras efectivas convicciones sobre lo que es el mundo y son los otros hombre, sobre la jerarquía de los valores que tienen las cosas y las acciones”, y por su parte civilización “es el conjunto de ciencias, mecanismos, técnicas y políticas que domina esa sociedad”. Esas definiciones, sobre las cuales puede no haber absoluto consenso, incluso porque hay autores que no hacen distinción entre los dos conceptos, nos ayudan sin embargo, a comprender mejor la idea rectora de Fernand Braudel, quien en su “Civilisation Materielle” habla de la existencia de una “tensión” entre cultura y civilización: según cómo se resuelva esa “tensión” se pasa o no a otros estadios de evolución.
Esto puede verse con claridad, como una de las tantas enseñanzas de la Historia, utilizando el “Mapa de Hewes”: las naciones autóctonas de América, que en ese “mapa” figuran como “culturas intermedias” en los escalones que el autor marca del 61 al 63 en una gradación que va del 1 (agrupamientos primitivos) al 76 (civilizaciones), fueron tan fácilmente sometidas por los conquistadores porque no conocían el arado, la rueda o los animales de tiro y, sobre todo, “a causa de sus esquemas culturales”.
Más recientemente, Gunnar Myrdal atribuye el fracaso de los planes de Naciones Unidas de ayuda para el desarrollo de numerosos países del Tercer Mundo, al hecho de no haber sido tomado suficientemente en cuenta el aspecto cultural.
En el marco de este análisis no se puede ignorar tampoco la noción de “aculturación” que, según Redclift, Lipton y Herskovits “comprende los fenómenos resultantes del contacto directo y continuo entre grupos de individuos de culturas diferentes, con los subsecuentes cambios en los tipos originales de uno o de los dos grupos”. Aculturación no significa que una cultura debe resignarse a desaparecer, sino que la creciente interrelación entre los hombres va unificando gradualmente las culturas singulares. Y explica por qué los intentos de “autarquía cultural” al estilo Herder o terminan en delirios demenciales del tipo nazista o acarrean consecuencias muy negativas para el progreso en general.
Una extensa bibliografía avala esas interpretaciones, pero, atendiendo a la finalidad de esta nota, nos interesa citar en particular el breve y muy lúcido ensayo que bajo el título “Menosprecio y elogio de la cultura” publicó Ernesto Sábato en La Nación del 31 de diciembre de 1989, como también el más reciente artículo de Mario Vargas Llosa también en La Nación titulado “Cabezas de ratón”. Asimismo, en “Asedio a la Modernidad”, Juan José Sebreli con extraordinaria erudición nos demuestra que “a pesar de las divisiones políticas subsistentes y de las aún más graves diferencias sociales y económicas, existe en el mundo actual una tendencia irresistible a la unificación: la ciencia, la técnica, la economía, los medios de comunicación, llevan hacia ello”.
De lo expuesto en los párrafos anteriores, se infiere que en este mundo nada conduce lamentarse por la “penetración cultural” o el “avasallamiento de la cultura nacional” desde lo foráneo. Si el “sistema de ideas vivas” que palpita en La Nación, acusa algún grado de debilidad o vacío en su interrelación con los distintos componentes de la civilización imperante, necesariamente ese vacío vendrá a ser llenado de una u otra manera desde afuera. El caso japonés está demostrando, desde otro costado, que la apertura de su milenaria cultura y un creciente dominio de los resortes de la civilización occidental, no comportan pérdida alguna en su identidad.
Vemos, en consecuencia, que las anteriores disquisiciones acerca de la interacción cultura-civilización no son un mero ejercicio intelectual, sino que vienen muy al caso cuando se quiere pensar acerca del papel que la educación juega en esa interacción. La cultura y la civilización no surgen de la nada: se alimentan y retroalimentan de una muy fuerte corriente de actitudes y esfuerzos intelectuales que, a partir del momento en que la educación se transforma en un fenómeno social, no ya privilegio restringido de elites, se derivan precisamente del propio proceso educativo. Así, es indudable la influencia que, en forma más acentuada desde el nacimiento del mundo moderno a comienzos del siglo XIX, la educación tiene en ambas manifestaciones de la vida humana –aquí separadas por consideraciones analíticas, pero que se realizan obviamente en forma simbiótica porque el hombre es un todo y nada es independiente- y, por lo mismo, que a través de ella se determina tanto para una sociedad dada, como para toda l comunidad mundial, la dirección y el nivel de la cultura y la civilización.
Hacia una educación internacional.
Nos parece de toda evidencia –y por ello constituye nuestra primera propuesta- que el poderoso vaso comunicante de la educación será tanto más efectivo cuanto más se trate de educación internacional: así como la educación pública desempeñó un papel protagónico para la incorporación de las masas a la vida activa social coadyuvando a su elevación cultural y material y al proceso de su “personificación”, la educación internacional habrá de constituirse en un vehículo insoslayable para un salto cualitativo en la integración y el progreso de numerosísimas naciones –incluyendo la nuestra- que hoy constituyen la gran mayoría y que se debaten en los estratos medios e inferiores de la “sociedad internacional”. Entiéndase bien, no se trata sólo de una lógica global, sino de una verdadera y palpable necesidad para las naciones singulares, en especial para aquellas que como en nuestro caso aspiran a acelerar los tiempos de su protagónica inserción e integración en el mundo.
Cuando Jean Monnet, uno de los padres de la Comunidad Europea, afirmaba que “dedicaría nuevamente toda mi vida a crear la Comunidad, pero sólo cambiaría una cosa: empezaría a trabajar desde el campo de la educación y cultura”, estaba definiendo la necesidad de dar prioridad a cierto tipo de educación para sustentar sobre bases más firmes la integración. Por lo que vinimos diciendo, una educación internacional es precisamente aquella que habilita e incentiva para la realización de un esfuerzo intelectual de compenetración con los problemas del propio país en confrontación superadora con los de los demás países cada vez más cercanos y entrelazados.
No estamos hablando de ingenuidades ni de ambiciones trasnochadas. ¿Quién hubiera imaginado que en el fugaz lapso de pocas décadas se habría conseguido una igualdad tan extendida en el interior de las sociedades industriales –aún con todas las falencias subsistentes- como la que se ha logrado? ¿Quién se atreve, en consecuencia, a no imaginar que esa misma tendencia, que no se dio en forma natural sino que fue buscada, podrá lograrse entre las naciones se realmente se moviliza la inteligencia y la conciencia de las nuevas generaciones?
Cuando el fracaso del comunismo ha puesto al descubierto la falacia de la dialéctica marxista centrada en la lucha de clases –lo que no significa que otras observaciones de Marx no tengan algún grado de vigencia- la educación internacional debería tener la misión de derrumbar la idea dialéctica hegeliana del necesario choque entre el espíritu de las naciones, de la que, como agudamente nos señaló García Venturini, se nutrió aquella. Así, la educación, y no la revolución o la guerra, habrá de ser “la partera de la historia”.
Este es el verdadero y posible desafío que enfrenta la educación en cada país y en el mundo y que sólo podrá ser vencido si esa educación se transforma en internacional porque es en la edad del escolar y del estudiante en la que no sólo se incorporan determinados conocimientos, sino que se aprehende el espíritu internacionalista. La pobreza y la destrucción del ecosistema debieran ser el hilo conductor de una inquietud curricular a escala global.
Para que esa visión de un mundo mejor sirva a los fines prácticos de todo proceso educativo local, y no se torne en otra utopía, la educación internacional presupone un trabajo educativo en el aula, que ponga en el centro del currículum la capacidad de pensar en los demás capitalizando sus experiencias, la disposición a la permanente actualización de contenidos y metodologías y la constante identificación con la necesidad de aprender a aprender. Por supuesto no sólo la enseñanza de la historia, de los idiomas, de la literatura y el arte universales, tiene que ver con ella; también el proceso de enseñanza-aprendizaje de las matemáticas, las ciencias, la tecnología debe ser asumido y asimilado con inmediato trasvasamiento internacional tanto de los contenidos como de los métodos, a partir del preescolar y hasta el ciclo medio y la universidad.
Esta concepción educacional es la que, en nuestro caso concreto, ayudará enormemente a niños, muchachos y jóvenes argentinos a conocer los éxitos y los fracasos, los aciertos y los desaciertos, lo adeudado y lo inadecuado, los progresos y los retrocesos, las buenas y las malas ideas, los nuevos instrumentos, los nuevos procesos, las más recientes innovaciones en todas las comarcas del mundo, incorporando como propia una intensa y global experiencia que no puede ni deber ser ignorada.
II
La problemática argentina.
Los párrafos que anteceden se han ocupado del rumbo que creemos más conveniente para la nave de la educación argentina y corresponde ahora que nos detengamos a considerar las mejores que se podrían aportar a la misma para asegurar la mejor navegación posible en la turbulenta travesía de este tipo.
Es de creer que todos somos conscientes de lo que implica el estado en que ha venido a encontrarse nuestra educación: fosilización y acrecentamiento de la inequidad social, porque se va perdiendo el concepto de escuelas no sólo para desarrollar habilidades, conocimientos y actitudes con miras al éxito económico individual y de la Nación, sino como instrumentos de mayor equidad y justicia; debilitamiento de las bases de sustentación del sistema democrático, porque lisa y llanamente no se asegura –casi podría decirse que ni se piensa en ella- la igualdad de oportunidades que en gran medida –por no decir exclusivamente- se hace realidad por la vía de una sólida educación para todos; precariedad del proceso de crecimiento económico con vistas al mediano y largo plazo, ya que un salto importante en la productividad y la diversificación de la economía no será posible con el actual nivel medio de preparación de los futuros obreros, capataces, dirigentes, investigadores, técnicos.
Tamaños problemas tienen solución en la medida que aprendamos de nuestra propia historia: un período presidencial marcado con fuertes connotaciones sarmientinas es lo que se necesita sin más demoras, aunque ahora no será por sí solo suficiente, porque las restricciones y la presión presupuestarias, el crecimiento de la matrícula, la increíble complejidad cualitativa actual de la cuestión nos llaman a todos -y no solamente al Gobierno- a aportar nuestro máximo esfuerzo.
Asimismo, el hecho de que el mayor deterioro y la mayor penuria se registre en el segmento de educación oficial, no debe inducirnos al desatino de olvidarnos del tercio de escuelas y alumnos que está a cargo de iniciativas no estatales acerca del cual hay mucho que decir. Las que siguen son preguntas que conllevan una comprobación y un reto: ¿Por qué no hay ya no dos, sino diez o cien Colegios como el “Nacional de Buenos Aires”? ¿Por qué hay tan escasos intentos de emular esa señera institución en el sector privado, a contrapelo de los aranceles –en muchos casos altísimos- que se perciben? ¿Cómo se explica el hecho de que ninguno de sus alumnos -con la honrosa excepción de una sola institución- ha figurado entre los ganadores de medallas y menciones en las Olimpíadas Internacionales de Matemática, Informática, Física, etc., realizadas en estos últimos años?
No nos deben caber dudas de que es la entera actividad educacional la que en Argentina está reclamando rápidas y acertadas soluciones en por lo menos cinco campos de acción:
- Una más actualizada focalización de la misión de la escuela y sus integrantes, que se refleje tanto en los contenidos como en lo metodológico;
- Revitalización de la profesión docente, con sus dos sub-problemas: educación para docentes y remuneración;
- Control de calidad por parte de la sociedad y no solamente del Gobierno;
- Eficacia en la gestión de las unidades educativas;
- Participación activa de los empresarios.
La actual misión de la escuela.
Sigue y seguirá siendo vigente el imperativo “Hay que educar al soberano”, representado en las actuales circunstancias por una niñez y una juventud atrapadas por lo que Arturo Uslar Pietri llama acertadamente la “antiescuela….. hoy más poderosa que nunca, dotada de todos los atractivos y que cuenta no sólo con el inmenso poder de lo real y con la fuerza de la experiencia asistencial, sino que tiene a su servicio los medios más avanzados y efectivos de propaganda y comunicación”. Más que un combate se impone una competencia vital entre la educación formal o escuela y la educación real o antiescuela, y lejos de lamentarse, las instituciones específicamente educativas tienen que prepararse cada vez mejor.
“El miedo a los hijos” sobre el que nos ha alertado el Prof. Jaime Barylko tiene un estrecho correlato en el “miedo a los estudiantes” tanto por el lado de los docentes como de los padres, cuando temen cada uno por razones distintas y con alarmante frecuencia, exigir una mayor dedicación.
Se nos ocurre que como una manera eficaz de competir con la antiescuela –ya que eliminarla es imposible- deberíamos introducir en el aula y en los hogares el concepto de “trabajo educativo”, basado en la responsabilidad y en la consciente contrapartida que los educandos deben brindar a sus padres y a la sociedad por el esfuerzo que realizan para educarlos. En esta tarea, los medios de comunicación tienen una importantísima función que no debe ser neutral.
Si el alumno, niño, adolescente, joven, adulto, es el protagonista central del unívoco proceso de enseñanza-aprendizaje en sus distintos niveles, es moralmente bueno que tome conciencia de que lo que él está realizando es precisamente, y con el auxilio de sus maestros y de sus padres, un “trabajo”. Dicho en los términos del Prof. Julio H. G. Olivera, el estudiante no es un comprador de servicios educacionales, sino un elemento productivo insustituible del proceso de producción que se desarrolla en las aulas. La labor en el jardín de infantes, en el colegio, en la universidad se constituye de tal manera en el primer trabajo de la personal, que por cierto no comporta necesariamente una pesada carga si pensamos que las metodologías más actuales de construcción del aprendizaje mediante una tarea del grupo junto con su maestro, levantan el entusiasmo de los educandos y hacen llevadero el esfuerzo.
Revitalización de la profesión docente.
Cuando se pasa a la consideración del asunto desde el prisma económico, lo primero que surge es que la calidad, la remuneración y el costo, como en cualquier otra actividad, también en educación deben verse indisolublemente ligados e interdependientes. A nuestro entender es necesario instrumentar ese vínculo de la manera más eficiente y el nexo nivelador bien podría ser el Instituto Verificador de la Calidad de la Educación (IVCE) sobre el que nos extendernos más adelante: a mayor calidad y mejor gestión, más alta remuneración.
Alec Peterson, eminente pedagogo inglés, Director del Departamento Docente de Oxford durante 15 años y fundador del Bachillerato Internacional, comentó con certera precisión que “…cualquier definición de las cualidades del maestro, aún de la directora del pueblo se asemejan a un esbozo conjunto de las personalidades de San Francisco de Asís y Leonardo da Vinci. Hay un contraste ridículo entre la imagen que la sociedad tiene de la maestra promedio, expresado en status y salario, y la descripción teórica dada generalmente por los educacionalistas de las condiciones de personalidad e intelecto que el trabajo requiere”.
Esta especie de esquizofrenia social debe ser corregida puesto que la profesión de la docencia tiene características muy especiales no sólo por ser la que interviene como ninguna en la formación de todas las profesiones u oficios, sino porque de una u otra manera influye tanto o más que la propia familia en el modelado axiológico de cada ciudadano. Y porque, como diría Perogrullo, ninguna escuela podrá cumplir con su misión si no cuenta en cantidad y calidad con docentes motivados y capacitados para llevarla a cabo.
Supongamos que tan rápidamente como sea posible la sociedad y sus dirigentes se propusieran transformar en acción su convicción de que la educación es esencial y de prioridad por todo lo que venimos diciendo. ¿Qué comporta esa decisión? Seguramente, cierta inversión en mejora de edificios y del equipamiento, pero lo que más se necesita es aumentar extraordinariamente la inversión en capacitación y en sueldos del docente en todos sus niveles, pues de qué otra manera se puede convencer a los jóvenes para que abracen una profesión tan exigente y complicada como la de motivar y conducir durante tantas horas, en un ámbito tan estrecho como un aula, un grupo de 25 a 40 o más alumnos que hoy están subvertidos por la “antiescuela”? ¿Cómo lograrlo si, además, la industria y los servicios cada vez más competirán con mejores ofertas a los jóvenes dispuestos a realizar un esfuerzo? Bien dice Lester Thurrow (Decano de la Sloan Bussines School del M.I.T.) que “en una sociedad capitalista, si uno desea tener buenos docentes en el aula, hay que pagarlos”.
En cada vez más países, los gobiernos y distintos sectores de la sociedad están redescubriendo la importancia de la educación del docente y más claramente que en el pasado perciben el costo de sus fallas: la enseñanza deficiente puede crear o no reducir los estados crónicos de clases de bajo rendimiento, bajas expectativas, potencial sin realizarse y conducta antisocial. Reconocen también que una parte importante del problema es la falta de oportunidades para el docente de avanzar profesionalmente y que es necesario establecer aumentos diferenciales que sean adecuados para proporcionar motivación y premiar los logros.
En nuestro caso concreto, es necesario que le demos a la situación de las últimas décadas una vuelta de campana, estableciendo para la docencia una remuneración como a las profesiones mejor pagadas, con reglas de trabajo iguales a cualquier otra y en las que más que la antigüedad prevalezca el mérito profesional. Un instrumento idóneo a este propósito podría ser el IVCE que proponemos más adelante.
Control de calidad por parte de la sociedad.
La escuela tampoco logrará su cometido si no funciona eficientemente como comunidad educativa que se sostiene y consolida con el interesado y responsable aporte de la familia, los alumnos y el personal del colegio. Sostenemos que es de interés nacional crear los canales por los cuales los padres participen efectivamente en el proceso mediante una presencia y una completa información tanto de lo que se hace en la escuela como en lo que respecta a conocer en qué nivel, en términos comparativos con otros institutos, se encuentra la misma.
Los padres deben convencerse que ellos son –más que ninguna organización burocrática fría- los que tienen que preocuparse por el comportamiento y la evolución de su hijo en la escuela. Decía Goethe que si cada cual mantuviera limpio el umbral de su casa, toda la ciudad estaría limpia. Así, si cada familia se preocupase por los resultados escolares de sus hijos, informándose de lo que recibe y de lo que da, seguramente todos los centros educativos estarían bajo la permanente e interesada mirada de la entera sociedad.
Afirmaba hace poco el Rector de la Universidad de Córdoba Prof. Francisco Delich, que es conveniente analizar el desenvolvimiento de cada entidad porque no todas tienen el mismo desempeño. Y siendo éste efectivamente el meollo de esta cuestión, pareciera necesario y de extremada conveniencia crear un instrumento en virtud del cual sea posible realizar un verdadero control de calidad de la educación que se imparte en cada instituto, a fin de que los padres y los estudiantes que estén en condiciones de hacerlo, puedan discernir por vía comparativa cuál es la mejor opción. Se trataría de algo que llamamos Instituto Verificador de la Calidad en Educación (IVCE), que abarcaría a todos los institutos de enseñanza del País y funcionaría por distritos o barrios, con la participación y coordinación de expertos idóneos y de trayectoria intachable, como también y fundamentalmente de los padres. Los patrones de medida deberían ser estandarizados, involucrando los temas de mayor interés escolar, cuya valoración individual conformaría un puntaje y una correlativa calificación. Así, ésta serviría al doble fin de orientar adecuadamente a los padres en su búsqueda de la opción más apropiada para sus hijos y establecer qué puntaje y qué remuneración percibirán los docentes de cada escuela: una quita o un plus para los que trabajen respectivamente en institutos calificados con menos o más del puntaje de referencia.
Para los institutos privados, en particular, este sistema de confrontación cualitativa se tornaría, obvio es decirlo, en un poderoso acicate de superación.
Eficacia en la gestión de las unidades educativas.
La escasez y su consecuencia, la restricción presupuestaria constituyen un dato propio de la vida humana. En algunas sociedades y épocas menos que en otras, pero la escasez es la regla. Así, esperar que llegarán los días en que la abundancia hará posible asignar a la educación en holgada medida todos los recursos que necesita para su máxima expansión, puede resultar utópico. En atención al formidable esfuerzo que requiere la adecuación remunerativa del docente, es deber de la comunidad buscar sin demoras la forma de asignar a la educación una parte un poco mayor de los escasos medios disponibles –lo cual obviamente será en menoscabo de otros sectores o conceptos- pero también y muy especialmente, investigar y trabajar para que esos escasos medios sean utilizados con la mayor eficacia posible y tengan el mejor rendimiento en cantidad y calidad. Para ello, es probable que resulte necesario revisar las complejas y múltiples normas que estatuyen la actividad docente, para ponerlas en un plano de igualdad con las demás profesiones.
La descentralización que ya puso en marcha el Ministerio de Educación debería ser llevada hasta sus últimas consecuencias, es decir hasta la unidad educativa misma cuya dirección, dadas las características del problema, debería quedar en manos de profesionales que, además de idoneidad pedagógica, tengan la capacidad de coordinar e innovar como si se tratase de pequeños empresarios tal como los veía Schumpeter. Para inducir a las unidades educativas de carácter oficial a optimizar su gestión, debería implantarse un parámetro de referencia que establezca cuál es el costo normal de una unidad tipo y que pueda extrapolarse conforme a la cantidad de divisiones y alumnos: sería por demás incentivatorio que por cualquier reducción que se produzca en cada unidad a partir de ese costo, se autorice a la respectiva Dirección a utilizarla para una mejora de los sueldos del personal.
Si pensamos en una política educativa impregnada de equidad social, una consideración más favorable merecerían aquellas escuelas localizadas en barrios o regiones pobres, por lo que ellas pueden implicar como instrumentos de movilidad social e integración.
Este mecanismo y el criterio de graduar los sueldos conforme al puntaje que le resulte asignado anualmente por el IVCE que preconizamos crearían un incentivo global para todo el personal de la unidad educativa de gestión pública y estimularían un fuerte espíritu de cuerpo.
En cuanto a los institutos de gestión privada, su propia racionalización tenderá a acentuarse a medida que crezca la competencia no sólo de los nuevos que se autoricen, sino de aquellos de gestión pública que mejoren paulatinamente en su performance. Sus costos irán aumentando pari passu con el aumento de sueldos de los docentes, mientras que sus aranceles difícilmente puedan sobrepasar el techo actual, de modo que sus propuestas pedagógicas tendrán que mejorar incesantemente si no quieren quedar descolocados ante la opinión pública y los usuarios.
En una reciente “Carta de Lectores” de La Nación, el Dr. Horario Sanguinetti Rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, se quejaba de que los profesores de esa Institución, cuyos logros más recientes y que son impresionantes reseñaba, ganan entre un 30 y un 50 por ciento menos que los de los colegios transferidos a la Municipalidad. El País no puede permitirse este tipo de situaciones: la competencia en términos de calidad de los institutos educativos de gestión pública y privada es lo que necesitamos sea institucionalizada, porque nuestro futuro se juega en el aula.
Auditoría externa de calidad.
Lo expuesto hasta ahora tiene que ver con un sistema de “auditoría interna” permanente de nuestro sistema educativo. Pero, para cerrar el círculo sería interesante poder contar con un punto externo de referencia comparativa: concretamente proponemos que la Argentina a través de su Ministerio de Educación, se afilie a la Asociación Internacional para la Evaluación del rendimiento Escolar (IEA), con sede en La Haya, fundada en 1959 y que agrupa a 47 ministerios nacionales, a facultades universitarias de pedagogía y a institutos de investigación que cooperan en la realización de estudios internacionales sobre el rendimiento escolar.
Esta institución intergubernamental –en la que no sabemos por qué hasta ahora no tenemos participación junto con virtualmente todos los países importantes del mundo- “realiza estudios sobre el rendimiento escolar en matemática, ciencias, lectura y otras áreas y está en condiciones de prestar ayuda a sus miembros en el ámbito de control y evaluación de la educación, para describir y explicar los procesos escolares referidos al profesor, a las aulas y a los estudiantes”. Los análisis que se realizan con su apoyo, nos permitirán medir constantemente la altura de nuestra educación –en sus distintos niveles y materias- y compararnos con los otros miembros que –repetimos- son los países más importantes desarrollados o en desarrollo.
El papel del empresario.
Cuando Calvino, en oposición con la prédica de mil años de la Edad Media, justificó el comercio y el préstamo con interés y “convirtió el éxito comercial en un signo de elección divina”, liberó una de las más poderosas fuerzas que empujaron a los hombres a dedicarse de una manera antes no conocida a canalizar sus afanes en lo que Marx después llamó “capitalismo”. Como dice Arturo Uslar Pietri “se produjo una manera de vivir, trabajar y comportarse muy característica, fundada en el trabajo individual como virtud, en el ahorro, en el religioso respeto del orden y en la búsqueda de la riqueza, que vino a definirse en su forma más clara en la ética calvinista… Ese impulso individual que lleva al mejor aprovechamiento de los recursos naturales, al continuo crecimiento de la productividad y como consecuencia al aumento general de la riqueza social producida, tiene una poderosa raíz cultural”.
Con lo expuesto en la primera parte de esta nota, se intenta demostrar que la educación tiene mucho que ver con ello, de modo que hay un sinnúmero de razones para que los verdaderos empresarios, los emprendedores, dediquen una parte de sus esfuerzos para ayudar a conseguir el fin primordial que ellos persiguen. Pero hay más. La interesante publicación de la Fundación Banco de Boston “Las Empresas ante la Comunidad” pasa en reseña la doctrina imperante en Estados Unidos y señala que a partir de los ´60 “ha comenzado a difundirse cada vez más el punto de vista según el cual las empresas tienen otras finalidades que la simple obtención de ganancias y que para cumplirlas deben realizar ciertos gastos aún cuando por ello sus utilidades se reduzcan”. En virtud de esa corriente de opinión, “la corporación es considerada como un ciudadano responsable hacia sus empleados, accionistas, clientes, proveedores, el gobierno y la sociedad en general. En estas cuestiones, la donaciones filantrópicas han figurado de una manera prominente”. Nótese bien que esto se dice y se hace en un país cuyo capitalismo ha sido tildado de salvaje”.
Reproduce también términos de Peter Drucker quien afirma que “una empresa sana y una sociedad enferma no son compatibles, porque la salud de la sociedad es un prerrequisito de la empresa exitosa y dinámica”.
Desde otro ángulo, resulta aleccionador echar una mirada a lo que dice con respecto a la educación ese sólido ensayo de futurología económica que es “La Guerra del Siglo XXI” de Lester Thurrow. “… en el siglo XXI la educación y las habilidades de la fuerza de trabajo continuarán siendo el arma competitiva dominante (pág. 46)”. “Pero (Estados Unidos) malgastó gran parte de su ventaja inicial permitiendo la atrofia de su sistema educacional… (pág. 295)”. “… el sector de la fuerza laboral norteamericana que no asiste a la universidad no tiene jerarquía mundial y la parte de la fuerza laboral norteamericana que no se diploma en el colegio secundario (29 por ciento) de hecho tiene el nivel del Tercer Mundo cuando se trata de las cualidades educacionales. La educación tiene que mejorar si los norteamericanos desean vencer (pág. 297)”. “Los mejores sistemas educacionales del mundo se realizan bajo la dirección de un enérgico y centralizado ministerio de educación, que define normas duras a las que todos deben ajustarse (pág. 304)”. “Para crear la productividad que pueda justificar los salarios elevados, será necesario que la educación norteamericana K-12 mejore (pág. 318)”. “Los europeos hablan de una fórmula europea triunfadora: Escuelas + Industrias = Preparación para el trabajo (pág. 320)”. “Las comparaciones revelan que las reformas educacionales deben concentrarse en la educación matemática y científica en los casos de los que asisten a la universidad, y en el desarrollo de un sistema especializado de primera categoría en el caso de los que han contado con la educación K-12 y que no intentarán diplomarse en la universidad (alrededor del 75 por ciento de la población). Como la mayoría de las diferencias en la realización educacional entre Estados Unidos y el resto del mundo industrial se manifiesta entre los grados séptimo y duodécimo, éstos deberían ser el sector central de la preocupación (pág. 321)”.
Michael Forter en “La Ventaja Competitiva de las Naciones” desarrolla idéntica tesis, y lo mismo ocurre con Robert Reich en su reciente libro “El Trabajo de las Naciones” cuya tesis principal es que los norteamericanos no están preparados para el mercado de trabajo del siglo XXI y deben mejorar sustancialmente la capacitación de sus recursos humanos.
Algo nos llama mucho la atención y es que en los escritos de nuestros analistas económicos, o de nuestros empresarios, no se ponga el mismo énfasis sobre lo que en los hechos da sustento a cualquier proyección económica que quiera hacerse. Las anteriores y pormenorizadas transcripciones no son generalidades o abstracciones sino específicas referencias al argumento educacional como una variable necesaria de la función económica y de la calidad de vida de la gente. Las siete industrias que se prospectan para las próximas décadas con mayor valor agregado y consiguiente mayor aporte de riqueza, son las vinculadas con microelectrónica, biotecnología, las nuevas industriales basadas en las ciencias de los materiales, los ordenadores más el software, la robótica más las máquinas herramientas, las telecomunicaciones y la aviación civil; y sólo los países con altísimo nivel de educación pueden aspirar a competir en ellas. Va de suyo que en las industrias restantes se acrecentará la feroz competencia actual porque cada día se incorporan al mercado mundial nuevos oferentes que se superan sin cesar.
Solamente con personal capacitado en todos los niveles nuestras empresas podrán competir y ni sucumbir. Solamente así nuestra Nación podrá contar con sus propias empresas. Todos los argentinos tendríamos que proponernos hacer un esfuerzo adicional para sentirnos pertenecientes a una nación crecientemente respetada, pero en particular los empresarios deberían desarrollar al máximo la vocación de hacer grande, con su empresa, a su propio país. Y esto debe ser remarcado porque, siempre citando a Lester Thurrow, “la voluntad nacional emana de una comprensión general de que el mundo ha cambiado y de que las realidades externas exigen cambios internos”.
Sin ir más lejos, de nuestra trayectoria y de la propia situación actual surge un claro ejemplo en las miles de escuelas parroquiales que la Iglesia ha construido y administrado en nuestro País desde hace más de un siglo: esos hechos concretos, esa disposición activa, es lo que necesitamos que el empresariado argentino se proponga emular.
Mucho se habla de una más estrecha compenetración entre empresarios y educadores, entre el mundo de la producción y el sistema educativo, y muchos son los que se preguntan amargamente dónde irán a emplearse tantos graduados (bachilleres, licenciados diversos, peritos, médicos, abogados, ingenieros, técnicos, etc.)… con un mercado de taxis saturado por la oferta! La respuesta podemos encontrarla, una vez más, mirando hacia afuera y aprendiendo no sólo por nosotros mismos, sino por lo que otros han logrado, como en el caso alemán, cuyo modelo de cooperación institucionalizada entre escuela e industria es el más envidiado del mundo.
Bancos de Becas
A esta altura, resulta muy pertinente preguntarnos cómo puede ser que nadie haya reparado en los tres mil chicos que cada año, mientras cursan séptimo grado y algunos con doble escolaridad (¡tienen sólo once años!), hacen el extraordinario y encomiable esfuerzo de competir en el curso de ingreso para acceder al Colegio Nacional de Buenos Aires y a la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini. Y qué pasa con los dos mil y pico que anualmente no pueden lograrlo por falta de vacantes. ¿Es posible que nadie siga sin ocuparse de ellos, tratando de premiar y estimular el ejemplar empeño puesto en su superación a una edad tan temprana? ¿No es lógico pensar que de ellos y en una sociedad que esquiva el esfuerzo surgirá buena parte de la futura dirigencia moral, empresarial y política?
Con motivo del Foro “Educación para la Excelencia” llevado a cabo por iniciativa de la Unión Industrial Argentina en los años 1987 y 1988, se aprobó entre otras la propuesta de crear un Banco Nacional de becas para la Escuela Media –el segmento a nuestro entender más crítico de todo sistema educativo- pero hasta ahora no pasó de ser una buena intención. Proponemos que las organizaciones empresarias incentiven de una manera sistemática y permanente un aporte económico –que de ninguna manera resultaría gravoso para nadie ya que pensamos en pocos miles de dólares por año- por parte de sus empresas asociadas, para alimentar al Banco de Becas, y que los institutos educativos de gestión privada otorguen importantes bonificaciones en sus aranceles, de manera que ambas iniciativas confluyan para que las familias de esos chicos como también de otros que terminan su ciclo primario con calificación de excelentes, y que no puedan solventar la educación de sus hijos en las mejores escuelas que ellas elijan, puedan hacerlo en forma gratuita o con el mínimo aporte que su situación económica les permita. La igualdad de oportunidades tendrá así, a través de este instrumento, una concreta posibilidad de realización.
Padrinazgo de escuelas.
Podemos seguir con esta manera de observar y reflexionar. Alegran a la vista esas plazas limpias y prolijamente cuidadas con carteles que informan qué empresa o qué otro banco las cuidan, pero qué triste es no ver ese cartel en ninguna de las tantísimas escuelas que se están viniendo abajo! ¿Qué clase de ceguera padecemos, que nos permite prestar atención a las fútiles formas, sin dejarnos ver el contenido, el fondo de nuestras cosas más importantes? Nos interesa proponer a través del Ministerio de Educación y con la comprometida participación de las organizaciones empresariales y de todos los que sientan el llamado de la conciencia social, se instituya la figura del “padrinazgo de escuelas”: cada empresa asume el compromiso de sustentar de manera permanente una escuela en lo que respecta al mantenimiento de su edificio, al material didáctico necesario y al surtimiento de una adecuada biblioteca. Se formalizaría así un convenio por el cual el estado delegaría en una empresa dada esos aspectos, sin dejar de ejercer el control de su efectivo y correcto cumplimiento. Esta idea no parece quijotesca, si se tiene en cuenta que los muchos miles de empresas medianas y grandes alcanzarían para beneficiar a una parte importante de las 40.000 escuelas de gestión pública que hay en todo el país.
Las propuestas antes mencionadas tendrían que ser alentadas por el Estado con criterio de que todo lo que se haga por iniciativa de particulares –exceptuando institutos incorporados- para promover o ayudar a la educación formal en sus distintos niveles y que cuenta con la aprobación del ministerio de Educación, será por ley computado como gasto exento del pago del impuesto a las ganancias.
El Pacto Educativo Nacional que en estos días ha sido anunciado con elevada mira y en sus grandes rasgos por el Ministerio de Educación, podría quedar con tantos otros letra muerta si no se lo transforma en epopeya nacional, en una gran tarea de renovación de la educación mediante un esfuerzo gigantesco y concertado por parte de todos. Sólo así podremos los argentinos hacer frente de una buena vez, al desafío que en muchas oportunidades durante décadas hemos venido esquivando.
Lic. Carlos Tonelli – Rector New Model International School